Nos dejó plantados en un altar, su nombre “Ilusión”. Después
del rímel corrido, los ojos rojos, la dignidad tirada, analizamos la razón por
la que nos gusta sufrir. Es tan sencillo como decir que odiamos esperar. Porque
la realidad es que estamos parados sobre el fugo que nosotros mismos prendimos.
Nos gusta desgarrar lo más profundo creyendo que encontraremos la luz, pero
terminamos llorando. Que imprudente el ser humano. Podríamos escribir notas con intentos de
llamar la atención de aquel que sopló a nuestro fuego pero… ¿De que sirven las
rosas? Si mañana ya no lloras.